México está ante un cambio. Con un nuevo presidente electo y en funciones a partir de diciembre, enfrentará importantes desafíos económicos si quieren cumplirse las promesas de campaña. En general, los siguientes son principalmente esos retos: renegociación del tratado de libre comercio con Norteamérica, mantener la estabilidad financiera, garantizar la disciplina en finanzas públicas, crecer en el PIB más allá de un histórico 2% y, eventualmente, enfrentar una crisis global ante el término del ciclo económico positivo de la economía mundial y los excesos proteccionistas de Estados Unidos junto con su política fiscal para retener (atraer también) inversiones.
Respecto a la revisión y renegociación del tratado comercial, habrá de cuidarse que no se rompa el débil armado en cuestión de restricción de exportaciones, imposición de aranceles, aumentar reglas de origen y revisar con miras a cancelar cada cinco años el acuerdo. el equilibrio, además, tiene que darse ante las reformas instrumentadas por México en materia de telecomunicaciones y sector energético, así como si se considera modernizar el flujo comercial mediando mayor vigilancia aduanera y fronteriza para los migrantes.
Fiscalmente disciplinados es uno de los retos mencionados. Esto implicará no incrementar la deuda pública con respecto al PIB (que para el 2017 fue de un 46%) pues si se llega a incurrir en indisciplina fiscal, las calificadoras internacionales disminuirían la nota del país y con ello se mandarían señales negativas a los inversionistas; habrá, también, de tenerse cuidado con no caer en una ilusión de ingresos extraordinarios en caso de que el precio del petróleo aumente.
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La estabilidad financiera es primordial. Deben tenerse ordenadas las cuentas públicas, la inflación bajo control y por encargo del banco central, el tipo de cambio estable lo más posible y las tasas de interés sin ajustes abruptos; en suma, manejar bien los fundamentales económicos.
No basta solamente la intención de combatir la pobreza y cerrar la brecha en la distribución de la riqueza. Eso es loable, sin duda, pero para el crecimiento del PIB deberá procurarse a tasas mayores al 2 por ciento, pero evidentemente con buen uso de las políticas económicas y endeudamiento controlado. Para generar un impacto adecuado en os multiplicadores del empleo y crecimiento, deberá procurarse un mayor consumo, una mejor inversión pública (que sea productiva) canalización eficiente de recursos a programas sociales y correctos planes de infraestructura.
Importante será para el nuevo gobierno mexicano el correcto desarrollo económico e industrial. deberá la administración entrante definir entre una supuesta dicotomía: estabilidad macroeconómica o crecimiento económico, entre un modelo de desarrollo hacia adentro y uno orientado a la promoción de exportaciones. Desde mi punto de vista, esa doble dicotomía no debe existir y debe borrase pues en mucho fue la discusión y eje de las políticas públicas en los últimos años. Si se establece una correcta política industrial, ajena a subsidios y proteccionismos, peros si con estímulos y estrategias inteligentes y coherentes para el desarrollo de proveedores locales para la exportación, (encadenamientos productivos, en otras palabras) podrá generarse un círculo virtuoso de crecimiento.
Si se entiende ese falso paradigma de hacia adentro y no hacia afuera (o viceversa) tendrá México que definir acciones para elevar la productividad, para determinar las reglas de competencia en igualdad de circunstancias incluso ante terceros países. ¿A qué me refiero con esto último?, a que si, por ejemplo, Estados Unidos hace una reforma fiscal y tributaria, México deberá revisar su respectivo modelo para no perder atractivo.
(Fuente: Forbes México / Internet, Información, 08:32, 19/07/2018)