Resuelta la amenaza de Donald Trump, al menos por ahora, sobre la imposición de aranceles a las importaciones provenientes de México, resulta pertinente analizar los alcances de lo que la delegación mexicana acordó con el gobierno de EU, específicamente en el ámbito migratorio que es sobre el que versa la declaración conjunta dada a conocer el viernes pasado. Por analizar los alcances, me refiero a que al término de esta semana a más tardar deberíamos conocer un primer estimado por parte del gobierno del presidente López Obrador del impacto presupuestal de los compromisos asumidos, como es el caso del despliegue de los 6,000 efectivos de la Guardia Nacional en la frontera sur, así como la atención que nuestro país dará a los migrantes que esperarán en México que EU les resuelva sus solicitudes de asilo.
Sin lugar a dudas fuimos testigos de una negociación atípica, en la que quizá por las circunstancias, quizá también por la falta de experiencia en esas lides de muchos de los funcionarios de primer nivel de la administración de López Obrador —salvo una que otra excepción—, México se vio arrinconado para aceptar los términos de una negociación muy desventajosa, particularmente porque la amenaza de Trump obligó a que al momento de sentarse a negociar, México aceptó que se mezclaran en una misma mesa temas migratorios y de comercio, algo que sin duda es una garantía de problemas futuros.
Es verdad, hay que reconocer que se detuvo, por ahora, la amenaza de Trump para utilizar el comercio exterior como un instrumento de represalia frente a problemas de índole migratoria. La entrada en vigor de los aranceles hubiera significado un problema serio para la economía mexicana, que habría afectado diversas variables y se traduciría en un desempeño negativo del Producto Interno Bruto ( PIB), que ya de por sí muestra un anémico desempeño para el presente año y posiblemente el 2020. Los aranceles con los que amenazó Trump hubieran sido simplemente desastrosos.
Pero también es verdad que lejos de estar celebrando este desenlace como un gran triunfo, el gobierno de México debería estar enfocado a trabajar con intensidad en una estrategia de persuasión permanente con una gran diversidad de actores políticos y de negocios en EU, aprovechando el clima de efervescencia política que empieza a vivirse en aquella nación de cara al proceso electoral en el que Trump buscará la reelección.
Lo anterior, con el objeto de crear las condiciones para subirle el costo político al propio Trump de la tentación de intentar un nuevo desplante irracional como el de los aranceles. Sí, hay que hablar de que se desactivó la amenaza, pero hay que ser objetivos porque el panorama sigue siendo inestable.
En este contexto, me llamaron la atención las palabras del canciller Marcelo Ebrard en el evento de Tijuana el sábado pasado, porque en algún momento afirmó: “No ganamos todo, pero sí ganamos que no haya tarifas”. Vale la pena que el canciller nos comparta o explique qué habríamos ganado de haber ganado todo. Porque frente a ese pronunciamiento ahora tenemos los tuits de Trump que hablan de un aparente acuerdo para que México le compre más productos agropecuarios a EU.
Todos damos por descontado que se trata de un nuevo lance infundado, pues tal compromiso no encajaría en el andamiaje de compromisos asumidos por México en los distintos acuerdos comerciales que tiene suscritos. Sin embargo, ni la embajadora Martha Bárcena ni el vocero de la cancillería fueron capaces de negar categóricamente en sendas entrevistas de TV el supuesto compromiso. Se enredaron en explicar qué fue lo que trató de decir Trump en sus tuits. Valdría mejor la pena que revelen qué se conversó sobre el tema agropecuario, del que Trump asume hay un compromiso. De lo contrario, habrá sorpresas desagradables y eso de que no ganamos todo, se podría convertir fácilmente en un no ganamos nada y perdimos mucho.
(Fuente: El Economista / Internet, Información, 00:36, 11/06/2019)