En respuesta al nuevo y mortal coronavirus, muchos gobiernos emplearon tácticas draconianas nunca usadas en tiempos modernos: restricciones severas y generalizadas a la actividad diaria que ayudaron a hacer que el mundo sufriera su caída económica más profunda en tiempos de paz desde la Gran Depresión.

En todo el mundo se ha perdido el equivalente a 400 millones de empleos, 13 millones tan sólo en Estados Unidos. La producción global se perfila a caer 5% este año, mucho peor que durante la crisis financiera, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

Pese a este elevado precio, la mayoría de los creadores de políticas sentían no tener más opción, al ver a la crisis económica como un efecto secundario de la crisis de salud. Ordenaron a los negocios no esenciales que cerraran y dijeron a la gente que se quedara en casa, todo sin el extenso análisis de riesgo y beneficio que por lo general antecede a un nuevo tratamiento médico.

No había tiempo de reunir ese tipo de evidencia: al enfrentar un patógeno poco entendido que se propaga con rapidez, se dio prioridad a salvar vidas.

Cinco meses después, la evidencia sugiere que los confinamientos fueron una herramienta demasiado tajante y costosa en el aspecto económico. Es políticamente difícil mantenerlos implementados durante el tiempo suficiente para erradicar al virus. La evidencia también señala a estrategias alternativas que podrían desacelerar la propagación de la epidemia a un costo mucho menor. A medida que surgen casos por todo Estados Unidos, algunos expertos exhortan a los creadores de políticas a usar estas restricciones e intervenciones más dirigidas en lugar de otra ronda paralizadora de confinamientos.

«Estamos al borde de la catástrofe económica», indicó James Stock, un economista en la Universidad de Harvard quien, junto con el epidemiólogo Michael Mina, también de Harvard, y otros, está creando modelos sobre cómo evitar un repunte de muertes sin un confinamiento profundamente dañino. «Podemos evitar lo peor de esa catástrofe al ser disciplinados», afirmó.

El sufrimiento económico de las pandemias proviene en su mayoría no de la gente enferma sino de la gente sana que intenta no enfermarse: los consumidores y trabajadores que se quedan en casa y los negocios que reorganizan o suspenden la producción. Mucho de eso es voluntario, así que parte del impacto económico es inevitable ya sea que los gobiernos impongan restricciones o no.

Muchos epidemiólogos y economistas dicen que la economía no se puede recuperar mientras el virus esté fuera de control. «El virus va a determinar cuándo podemos reabrir de manera libre de peligro», dijo Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, en abril. La Reserva Federal declaró a fines de julio que «el camino de la economía dependerá significativamente del rumbo que tome el virus».

Declaraciones así dejan totalmente abierto a interpretación qué representa un nivel aceptable de contagios, lo que a su vez determina qué restricciones imponer. Si el único nivel aceptable de contagios fuera cero, los confinamientos tendrían que ser severos y, en potencia, repetirse, al menos hasta que surja una vacuna o tratamiento eficaz. La mayoría de los países ha rechazado ese rumbo.

La experiencia de los últimos cinco meses sugiere la necesidad de una alternativa: en lugar de confinamientos, usar sólo aquellas medidas que se ha demostrado que maximizan las vidas salvadas, al tiempo que minimizan la disrupción económica y social. «Enfatizar la reapertura de las iniciativas con mayor beneficio económico y menor riesgo», sugirió Mina.

Por ejemplo, las políticas de distanciamiento social no pueden tomar en cuenta riesgos que varían ampliamente según la edad. El virus es particularmente mortal para personas de la tercera edad. Las residencias para adultos mayores representan el 0.6% de la población de EU, pero 45% de las muertes por Covid, señala la Foundation for Research on Equal Opportunity, un grupo de expertos sobre libre mercado. Aislar mejor a esos residentes habría salvado muchas vidas con poco costo económico, indica.

En contraste, menos niños han muerto este año por Covid-19 que por influenza. Y estudios en Suecia, donde la mayoría de las escuelas permanecieron abiertas, y Holanda, donde reabrieron en mayo, descubrieron que los maestros no están en mayor riesgo que la población en general. Esto sugiere que abrir las escuelas fuera de las zonas con niveles más altos de infecciones, con medidas de protección, no debería empeorar la epidemia, mientras que aliviaría el efecto sobre padres que trabajan y sobre los niños.

Si las escuelas no reabren hasta enero del año próximo, calcula McKinsey & Co., los niños de bajos recursos habrán perdido un año de educación, que dice se traduce en 4% menos ingresos durante sus vidas.

Los cubrebocas podrían ser la intervención más eficiente en costos de todas. Tanto la Organización Mundial de la Salud como el Cirujano General de Estados Unidos desalentaron su uso durante meses pese a una directriz anterior de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de que podían limitar la propagación del virus al evitar que quienes los usan transmitan la enfermedad.

La ciudad alemana de Jena ordenó a sus residentes a principios de abril que usaran cubrebocas en lugares públicos, el transporte público y el trabajo. Al poco tiempo, dejó de haber contagios. Al compararla con ciudades similares, un estudio para el Instituto IZA de Economía Laboral calculó que los cubrebocas reducían el crecimiento de las infecciones en entre 40% y 60%.

Klaus Wälde, uno de los autores, destacó que el uso de cubrebocas a nivel nacional está ayudando a la economía alemana a regresar a la normalidad al tiempo que mantiene bajo el número de infecciones.

El equipo de Mina y Stock ha diseñado un plan de reapertura «inteligente» basado en frecuencia de contactos y la vulnerabilidad de cinco grupos demográficos y 66 sectores económicos. Asume que la mayoría de los negocios reabre usando directrices de la industria sobre distanciamiento social, higiene y trabajo desde casa; las escuelas reabren; los cubrebocas son obligatorios; y las iglesias, instalaciones deportivas en interiores y bares se mantienen cerrados.

Calcularon en junio que esto resultaría en 335 mil menos muertes en Estados Unidos para fines de este año que si todas las restricciones se levantarán de inmediato. Pero dicen que el plan también haría que la producción económica sea 10% más alta que si se impone una segunda ronda de confinamientos.

«Si usas todas estas medidas, deja mucho espacio para que la economía reabra con un número muy pequeño de muertes», indicó Stock. «La suspensión de actividades económicas es una herramienta tajante y muy costosa».

Edición del artículo original

Fuente: Reforma, The Wall Street Journal, 26 agosto, 2020